Fotos que hacen historia: el debate sobre el horror en primer plano

Son explícitas, violentas y polémicas. Fotógrafos analizan cuál es el límite de la cámara a la hora de hacer historia.

Era el jefe de un escuadrón que había masacrado a decenas de personas o eso decían. Lo habían atrapado y ahora el prisionero vietcong iba desarmado y maniatado por las calles de Saigón con los segundos contados. El militar (del sur) a su lado le voló la cabeza de un tiro. En ese exacto instante, un fotógrafo de Associated Press disparó su cámara. La foto haría historia. Ícono de la campaña antibelicista, torcería el rumbo de la guerra de Vietnam.

El álbum de la historia está lleno de estas imágenes que han dejado huella sobretodo porque retratan la muerte en primer plano. Son explícitas. Violentas. Concretas. Y polémicas. Algunas ofenden, otras arrancan lágrimas e indignación. Muestran lo que no se quiere ver pero lo que debe ser visto. El horror.

En una sola toma, la elocuencia de una imagen revela “lo que está ocurriendo”. Saca del sopor y sacude a una audiencia reticente o desinteresada. Es que la muerte cuando se la ve de cerca conmueve, moviliza. Tanto ayer como hoy.

La ejecución de Saigón, tomada el 1° de febrero de 1968. «La fotografía es el arma más poderosa del mundo». Foto: Eddie Adams.

Pasaron más de 50 años de esta imagen y el interrogante es si una fotografía tan explícita podría hoy tomarse y hasta publicarse.

«Sí», contesta a Clarín el fotógrafo Pedro Ugarte, Director de fotografía para América Latina en Agence France-Presse (AFP). Y habla del “valor histórico importantísimo” cuando se le pregunta acerca de otras imágenes que quedaron en la bitácora de la historia como las del cadáver de Benito Mussolini o la muerte sin filtro de Saddam Hussein o Muammar Khadafi.

“El cadáver de Mussolini, el linchamiento de Khadafi, o las imágenes de Saddam Hussein antes de ser colgado no solo tienen un valor histórico importantísimo por tratarse de los personajes mismos, sino que además sirven para probar y corroborar los hechos y entender mejor las circunstancias de lo que ocurrió”, explica.

La muerte de Benito Mussolini, Muamar Kadafi y el ex dictador iraquí Saddam Hussein.

El poder de una imagen en tiempos de guerra es la de un arma. Puede torcer rumbos. Detener la atrocidad mostrándola. “Una imagen a veces tiene una influencia muy importante sobre un pueblo o la opinión pública, o sea que a veces podría ser no solo peligroso sino irresponsable mostrar una imagen que no es”, explica la fotógrafa argentina Adriana Groisman, residente en Nueva York y autora del libro “Voces de la Tempestad” sobre la guerra de Malvinas. Alude a los peligros de maquillar las imágenes, edulcorando la verdad.

«Lo intolerable hay que mirarlo a los ojos y mostrarlo».
Adriana Groisman

«Si uno quiere que la guerra pare o que no se haga en primer lugar, la audiencia tiene que tener conciencia de que la guerra no es algo lindo, y que en la guerra la gente sufre y se comenten atrocidades”, argumenta.

Fue a través de fotos que el mundo descubrió el horror del nazismo. El 11 de abril de 1945 las tropas estadounidenses entraron en el campo de concentración de Buchenwald y descubrieron escenas como la que se ve a continuación.

La liberación del campo de concentración de Buchenwald, abril de 1945./ Foto: US Army

El instinto

Las mejores fotos pueden ser el resultado de una espera paciente como si el mismo fotógrafo fuese un “francotirador” buscando la foto perfecta. Pero también pueden ser el producto de la espontaneidad. Situaciones repentinas que obligan al fotógrafo a actuar por instinto.

«El fotógrafo realmente actúa casi por instinto” frente a una situación extrema», dice Adriana Groisman. “No hay tiempo de plantearse el dilema antes o durante la foto. Uno actúa y registra el momento”. El dilema de qué hacer con esas fotos vendrá después, con las imágenes en la mano.

Es famosa la imagen de Robert Capa, «Muerte de un miliciano», durante la guerra civil española. ¿Instinto o montaje? Aún es un misterio, sin embargo la imagen fue y es un ícono del fotoperiodismo.

«Muerte de un miliciano»./ Robert Capa.

La “responsabilidad del fotógrafo es siempre tomar la foto. Al momento de la toma, de documentar algo que está ocurriendo, el fotógrafo siempre tiene que tomar” la imagen, insiste Groisman.

Luego vendrá la calma de la edición para sopesar aquello que quedó registrado.

“Es ahí (en la edición) donde se distingue, ya de manera más pausada y racional, la importancia y el valor de las imágenes que se tomaron, se sopesan desde un punto de vista informativo, estético y por supuesto ético”, dice Pedro Ugarte.

Hay dos instancias diferentes en la que un fotógrafo trabaja, explica Ugarte. En la primera, “se trabaja con suficiente tiempo”. En la segunda, “están documentadas situaciones de conflicto, desastres naturales o “breaking news”.

Y pone el caso de otra foto que hizo historia, tomada por Massoud Hossaini después de un atentado suicida en las afueras de una mezquita de Kabul cuando se celebraba la Ashura (una festividad religiosa islámica).

Atentado en Kabul. / Foto: Massoud Hossaini / AFP

“Massoud se encontraba a pocos metros del sitio de la explosión, después de recuperarse del shock comenzó a fotografiar lo que tenía enfrente, decenas de personas heridas y muertas, en un momento se encontró a una niña vestida de verde rodeada de víctimas gritando desesperada”, recuerda Ugarte.

La imagen es tremenda, admite. “La fotografía la debatimos bastante, pero no dudamos en que se tenía que distribuir a los clientes, sin esa imagen poco se podía entender la escala de lo que había ocurrió.”

“Esa imagen hablaba también del horror universal de la guerra.”. Pedro Ugarte

Al día siguiente, los diarios publicaron la foto recortada. “Solo se muestra a Tarana Akbari (12) gritando, pero no a las víctimas alrededor, nada de contexto. ¿Permite una imagen editada así concebir la magnitud de esa tragedia? ¿Tiene esa imagen editada algún sentido? Pienso que no”, reflexiona Ugarte.

The New York Times sí publicó la imagen en tapa y a cuatro columnas. “Por supuesto que el impacto fue tremendo”, agrega y aclara: “A los pocos meses esa imagen ganó el premio Pulitzer”.

La foto de Massoud Hossaini en la tapa de The New York Times, el 7 de diciembre de 2011.

Los niños

Retratar y publicar la muerte de niños es uno de los temas más polémicos, donde se mezclan la ética, la moral y la importancia de informar una barbarie que debe conocerse para poder ser detenida. ¿Cómo se debe proceder?

“Es una pregunta fácil porque, de alguna manera, uno procede de la misma manera que lo haría con cualquier ser humano o ser viviente: con el máximo de los respetos y los cuidados. Siempre hay que ser delicado en el acercamiento”, aclara Groisman.

Los cuerpos de Angie Valeria y su padre Oscar Alberto Martínez, en una orilla del Río Bravo en Matamoro, México. Foto: Julia Le Duc/ AP

El detonador, si se quiere, de esta nota fue justamente la imagen tomada en junio de este año de una niña muerta, abrazada al cuello de su papá, ambos ahogados, “salvados” de la corriente por unos juncos en la costa embarrada del Río Bravo en México.

La imagen fue publicada en todos los medios y representó el drama de los migrantes que intentan llegar a Estados Unidos y puso al descubierto las consecuencias de la rígida política antiinmigración de la administración Trump.

Esa foto de Angie Valeria, de 23 meses, y su padre Oscar Alberto Martínez trajo a la memoria otra escena terrible: la de Aylan Kurdi, el niño kurdo muerto en una playa en Turquía.

Aylan Kurdi./ Foto: Nilüfer Demir.

Nilüfer Demir tenía 29 años cuando el 2 de septiembre de 2015 a las 6 de la mañana se encontró con la escena del bebé sobre la arena y enfocó su cámara. «La única cosa que podía hacer era hacer oír su protesta. En ese momento, yo creía que sería capaz de lograrlo presionando el obturador de mi cámara y tomé su foto», explicó.

Aquella foto mereció un largo debate en las redacciones. Y terminó siendo tapa.

Para Ugarte, “si una historia es importante, los medios tienen la responsabilidad de informar, y esto significa presentar a veces imágenes que van a provocar incomodidad en la gente, pero que también permitirán tener un mejor y más profundo entendimiento de los hechos en cuestión. No haber difundido la fotografía de Aylan Kurdi –así algunos puedan pensar que esa imagen es morbosa- hubiera quedado como una gran irresponsabilidad frente a la tragedia de los refugiados.”

La guerra en Siria aportó enormes cantidades de fotos de espanto. Ciudades enteras devastadas. Civiles bombardeados. Y niños…

Omran Daqneesh, el niño sirio rescatado tras un bombardeo en Aleppo. / AFP

La fotografía icónica de un niño sirio de 5 años cubierto de sangre, sentado en una ambulancia, herido, aturdido y en shock después de un bombardeo en Aleppo se convirtió en el símbolo del sufrimiento de los civiles en la parte asediada de la ciudad. ¿Omran Daqneesh sobrevivió? Sí. Pero su hermano murió más tarde por las heridas del ataque aéreo.

El impacto de una foto que muestra a un menor en situación de peligro es siempre impactante. La cara aterrada del balserito cubano Elián González cuando es descubierto por un agente de inmigración en un placard en una casa en la Pequeña Habana, de Miami, le mereció a Alan Díaz, fotógrafo de Associated Press, un Pulitzer en 2001.

Elián Gonzalez descubierto en la casa de sus familiares en Miami. Foto: Alan Díaz/ AP

Díaz, quien falleció el año pasado a los 71 años, dijo que sólo estuvo en el lugar adecuado, en el momento preciso.

El fotógrafo no solo es testigo de aquello que registra, queda afectado por aquello que fue testigo.

En 1993, Kevin Carter, fotógrafo documentalista sudafricano, tomó una fotografía que lleva por título «Acechando la muerte» también conocida como «El buitre»; un bebé esquelético y moribundo vigilado por un ave carroñera que aguarda a que la muerte haga su trabajo. Carter disparó. Y ganó un premio Pulitzer.

«Acechando la muerte». / Foto: Kevin Carter

La foto, representativa del hambre en África, se convirtió en una de las más influyentes del siglo XX. Pero a Carter le costó caro. La crítica fue voraz. La sociedad lo juzgó con condena. A los 33 años, conectó una manguera al escape de su auto y se suicidó. No está claro que haya sido por aquella foto. Carter era una persona atormentada

“He llegado a un punto en el que el sufrimiento de la vida anula la alegría. Estoy perseguido por recuerdos vividos de muertos, de cadáveres, rabia y dolor» Kevin Carter.

¿Ayudó a esa bebe o lo dejó a merced del ave? Para muchos, esa foto fue inmoral, indecente.

“Él hizo primero la foto, como era su responsabilidad como fotógrafo en ese momento, y después como ser humano hizo lo que pudo, honestamente, o lo que le dictaba la conciencia. Pero él actuó como fotógrafo, hizo el registro”, explica Adriana Groisman. Y recuerda casos como el de “Don McCullin, un excelente fotógrafo inglés de guerra”, que “en muchas ocasiones han tomado la foto primero y ayudado después”.

Una mujer turca llora por la muerte de su marido, víctima de la guerra civil de Chipre, 1964./ Foto: Sir Don McCullin

“En muchísimos casos el fotógrafo ha intentado ayudar, a veces con éxito, a veces sin éxito. Pero primero siempre tomaron la foto. Es la obligación del fotógrafo, si está presente en ese momento, hacer un registro”, subraya.

¿Hay un límite para un fotógrafo a la hora de tomar una imagen sensible?

«No debería haber un límite», dice Groisman. Para ella, «el fotógrafo no debería censurarse». Ugarte coincide: durante la cobertura de eventos trágicos como catástrofes naturales, coberturas de guerra, atentados… “el papel del fotógrafo es documentar lo hechos de la manera más completa posible, lo que significa ser testigo de situaciones muy dramáticas”.

La ética​

Pero ese difícil trance de documentar de manera fehaciente hechos dramáticos no siempre es comprendido.

«Contámelo pero no me lo muestres. Nadie le dice a un periodista que no escriba sobre un tema, pero sí se le cuestiona al reportero gráfico que lo fotografíe», reflexiona Cecilia Profetico, editora de Fotografía de Clarín. «El reportero gráfico es medido con una doble vara y se realizan cuestionamientos de valores estéticos de algunas imágenes del horror y la violencia».

Algo así ocurrió con Richard Drew de AP, cuando a las 9.41 de la mañana del 11 de septiembre de 2001 apuntó su cámara para registrar la caída libre de un hombre que había saltado desde lo alto de las Torres Gemelas. Con ese clic iniciaba un largo debate sobre decencia y corrección.

«Falling man»./ Foto: Richard Drew/ AP

La foto del hombre cayendo al vacío desde la Torre Norte fue publicada en The New York Times, el 12 de septiembre de 2001 en la página 7. Y provocó indignación. Muchos criticaron que la imagen no hacía más que explotar la humanidad y la muerte de un sujeto. Otros quisieron saber quién era ese hombre que caía.

Un puñado de años más tarde quedó claro el valor de la imagen. Y de objeto repudiado pasó a ser una página en el álbum de la historia en el capítulo del peor atentado terrorista que se recuerde.

Falling man (hombre cayendo) fue en 2007 la primera foto del suplemento semanal The New York Times Book Review. Fue objeto de un documental y de una novela de Don DeLillo.

Registrar todo

“Todo esto ocurre de manera muy intuitiva y visceral, no se racionaliza mucho. La cámara es para el fotógrafo, lo que la libreta de apuntes es para el reportero. Hay que registrar y anotar todo lo que sea posible; después en la edición se decidirá qué se envía tal cual, qué merece no ser mandado y qué hay que editar y pulir”, sostiene Ugarte.

Para Groisman, «el dilema viene después, cuando uno ya tiene las fotos y se plantea en la redacción que es lo que se muestra, cómo se muestra, cuál es el contexto, cuál es el punto de vista.”

«El hombre del tanque» es otra imagen que dio la vuelta al mundo: David contra Goliat en la plaza Tiananmen en Beijing.

«El hombre del tanque». Plaza Tiananmen, Beijing. / Foto: Jeff Widener/ AP

En la mañana del 5 de junio de 1989 un civil desarmado enfrenta solo una columna de tanques del ejército chino. Cada vez que el primer blindado intenta esquivarlo, el hombre se mueve, cortando el paso. Desde el sexto piso del hotel Beijing, el fotógrafo Jeff Widener toma la foto perfecta. No hay muerte allí. Pero el contraste de fuerzas es tan abrumador que la pregunta inmediata es si ese hombre vulnerable sobrevivió a su valentía. No se sabe. Se lo llevaron y nunca mas se supo de él.

Una versión publicada por el británico Sunday Express en 1989 sostuvo que el famoso hombre de la foto era Wang Weilin, un estudiante chino de 19 años, que murió ejecutado.

¿Fue el único? No. Hubo más manifestantes que cómo él se pararon frente a los tanques. Pero la foto perfecta se la llevó este «David» anónimo. Objetivo y fotógrafo coincidieron por casualidad e hicieron historia.

«Muchos la consideran un ícono. Yo la considero suerte. Estaba en el sitio equivocado en el momento justo». Jeff Widener

Para Widener, «una foto así tendría la misma repercusión hoy que hace treinta años» a pesar de que «ahora hay tanta gente tomando todo tipo de fotografías que acaba saturando». «Vivimos en un constante bombardeo de imágenes que insensibiliza los sentidos», opina.

Fotos que no son de fotógrafos

¿Cuál es el valor de esas fotos que no son tomadas por fotógrafos profesionales, pero aún así pasan a la historia? Por ejemplo, las fotografías que se filtraron a la prensa tomadas desde el interior de la cárcel Abu Ghraib en Irak.

Torturas a prisioneros en la cárcel de Abu Ghraib

“Ese es otro tema”, apunta Groisman. “Los fotógrafos en ese caso no son profesionales”.

Torturas en Abu Ghraib.

“Abu Ghraib lo que plantea es un mensaje totalmente diferente porque ahí el tema no es tanto haber hecho la foto sino lo que la foto está mostrando. Ese es el verdadero problema: es la tortura, es el maltrato a los prisioneros, el sadismo. El problema ahí es justamente la política de los países frente a la tortura o frente a la detención ilegal de los prisioneros. Pero, de nuevo, esas fotos no fueron tomadas por fotógrafos profesionales. El dilema del editor, en algún punto, es qué hace con ese problema”.

Terrorismo y propaganda

¿Qué fotos jamás se publicarían? Para Ugarte y Groisman, la línea roja está clara: las imágenes que difunde el terrorismo.

“Situaciones particularmente complejas son las imágenes de rehenes distribuidas por grupos extremistas”, explica Ugarte. No solo está en juego la dignidad de esas víctimas y el impacto de esas imágenes en sus familiares, “también debemos cuidarnos de no ser utilizados por los perpetradores como una plataforma de propaganda de ultra-violencia”, dice Ugarte.

Groisman va por el mismo camino. “En el caso de los terroristas, me parece perfecto que los editores no las publiquen porque uno no es socio de los terroristas, que al publicar su foto ayudo a que avancen en su agenda, que es sembrar el terror”.

Kim Phuc, en Vietnam, tras un bombardeo con napalm, el 8 de junio de 1972./ Foto: Nick Ut/ AP

El poder arrasador de las fotos puede transformarse en propaganda. Para evitarlo es necesario mostrar todas las caras. Las fotografías de la guerra de Vietnam –desde la ejecución de Saigón hasta la foto de Kim Phuc, corriendo desnuda, aterrada, llorando con el cuerpo abrazado por el napalm– sirvieron de alguna manera como herramientas de campaña a favor o en contra de la guerra.

Mostrar solo una parte de ese dolor, el del otro, el del derrotado, no el propio, puede entenderse como una manipulación, reflexiona Groisman, si no se publica la realidad de ambos lados.

La batalla de Somalía, 3 de octubre de 1993. / AFP

Es que cuando las fotos muestran a la tropa propia en problemas, el golpe puede ser devastador. Imágenes de soldados norteamericanos linchados y arrastrados por las calles polvorientas de Mogadiscio, Somalia, en octubre de 1993, mostraron al mayor ejército del mundo humillado y de rodillas, en una de sus campañas de más alto perfil en África.

El fracaso, expuesto en imágenes sin filtro ante la opinión pública, hizo que los Estados Unidos abandonaran Somalia y desconfiaran de intervenir en las crisis africanas.

Las fotos de Mogadiscio regresaron a la memoria años después, cuando un grupo de cuatro contratistas (mercenarios) del ejército norteamericano de la empresa de seguridad privada Blackwater Security Consulting fueron emboscados en Fallujah, Irak, en 2004.

Los cuerpos de esos hombres despedazados y colgados de un puente sobre el Éufrates en medio de una multitud que festejaba fue la muestra más perfecta del odio antinorteamericano en la guerra de Irak.

Los cuerpos de los contratistas cuelgan de un puente en Fallujah, Irak.

Hoy esas fotos son difíciles de hallar. Y muchos medios no las publicaron.

“Si uno quiere hacer más soportable para el lector ver una realidad, tratar de construir o editar una foto que sugiere más que muestra, bueno esas son decisiones editoriales que podrían ser muy válidas”, argumenta Groisman.

Para Ugarte, «la idea es que una imagen haga reflexionar sobre la realidad que se está exponiendo, si una fotografía genera repulsión y rechazo al punto que el lector evita mirarla, no se ha cumplido con la función más importante de informar».

El asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki./ Foto: Pepe Mateos

En el capítulo argentino del álbum de fotos que han torcido el rumbo está la «masacre de Avellaneda» del 26 de junio de 2002. Una marcha que reclamaba mejoras sociales sobre el puente Pueyrredón, en la que manifestaban Maximiliano Kosteki (22 años)​ y Darío Santillán (21), terminó de la peor manera. Fue la labor de los fotógrafos, como el entonces reportero de Clarín Pepe Mateos, cuyo trabajo sirvió para demostrar que ambos jóvenes habían sido asesinados por las fuerzas de seguridad.

Lograr esas “instantáneas” y las demás que se han revisado a lo largo de estas líneas no solo requirió del «olfato» e «instinto» profesional de los fotógrafos. Se necesitó poner el cuerpo y someter a prueba el grado de ética de cada fotógrafo.

El periodista profesional, explica Groisman, conoce “todos los códigos éticos de cómo se maneja el poder que da la cámara justamente como un arma”.

«En este proceso, los límites de qué fotografías se toman y como se actúa en el terreno, los dicta el compás ético de cada persona», explica Ugarte.

Cecilia Profetico adhiere: «Entre un intento por detener el tiempo y eternizar el momento, por compartir lo que vemos y personalizar la realidad, siempre se fotografía desde las propias vivencias y saberes; ese bagaje es el que aprieta el obturador, el que hace el clic. La objetividad no existe».

Y agrega «mostrar una fracción de segundo de crueldad y espanto, luego de vivirlo y sufrirlo, quizás es posible porque la fotografía acerca y al mismo tiempo pone distancia de la tragedia».

Hacer historia

Luego vendrá la pregunta final: si esta o aquella imagen puede producir un cambio, revelar una verdad incómoda que de vuelta el tablero de la historia.

“Sí, es parte de la discusión”, concluye Ugarte. “Las fotografías son una ventana a realidades que no conocemos, o no estamos enfrentados en nuestro día a día. Si una imagen provoca reflexión, revela algo nuevo o provoca alguna acción, la fotografía ha cumplido su cometido con creces.”


Por ALEJANDRA PATARO
apataro@clarin.com
Publicado en Clarín.com el 28/08/2019