Los transitados edificios y calles que captura Caudio Larrea parecen desconocidos. Las fotos se usaron en Francia para la puesta de María de Buenos Aires, la ópera de Piazzolla-Ferrer.
“Esto es lo que miraba Ástor desde la ventana de su casa”, cuenta el fotógrafo Claudio Larrea frente a una de las imágenes que integran su exposición María de Waires en el Centro Cultural San Martín. Astor es, claro, Piazzolla (¿acaso existe algún otro?). En la foto, de ese blanco y negro impoluto que caracteriza las tomas del artista, se recortan contra el cielo los perfiles de diversos edificios del barrio de Balvanera, los cables, las antenas y la cúpula del Congreso. Quiso el azar, o el destino, que Larrea viviera en el mismo departamento que alguna vez también habitó el más grande de los compositores argentinos. Literalmente entonces, eso que atrapa con la lente de su cámara es una de las tantas “ojeras grises”, (en el decir de Horacio Ferrer) que ofrece Buenos Aires, a las que Piazzolla tiñó de bandoneones.
Pero ese azar o ese destino fue, en la vida del fotógrafo, un poquito más allá: este año muchas de sus fotografías, proyectadas en gran formato, fueron parte de la puesta en escena que realizó la Compañía de la Ópera Nacional del Rin de María de Buenos Aires. La ópera que Piazzolla compuso junto a Ferrer se estuvo presentando hasta hace pocos días en diversos teatros de Francia. Esas fotografías son las que ahora pueden verse en esta muestra.
María de Buenos Aires fue el primer eslabón de la larga cadena de colaboraciones que realizó el dúo de Piazzolla con el poeta uruguayo. Recién llegado de la otra orilla, Ferrer le tocó la puerta al músico en 1967 y el encuentro fue una suerte de aliciente creativo en la vida de ambos. Polémica en su recepción, la obra fue la primera ópera tango de la historia, y cuenta la vida de María, evocación femenina de la ciudad que brota del pavimento. Hecha tango y poema por el conjuro de un duende, María deambula los bajos fondos porteños, desciende a las alcantarillas, visita a las madamas y los pungas, y le escribe cartas a los árboles mientras espera la muerte, o el encuentro con su sombra. Antes del estreno, la ópera también significaría la llegada a la vida y la música de Piazzolla de la cantante Amelita Baltar, que interpretó a la protagonista en 1968, y se convirtió desde entonces en la musa del músico, y también del poeta.
María de Buenos Aires fue, desde ese momento, estrenada numerosas veces en diversos lugares del mundo. Celebrando los 50 años de su creación, recién el año pasado se presentó en el Teatro Colón. Y en mayo de este año llegó a la Ópera de Strasburgo, -en el marco del festival Arsmondo- de la mano del director de orquesta de la Ópera del Rin, el argentino Nicolás Aguilló, y del coreógrafo también argentino Matías Trípodi. Este último fue quien había visto en Facebook (otra vez el azar) las fotografías que Larrea venía, desde hacía algunos años, realizando de la ciudad para sus series El amante de Buenos Aires y República de Waires, e invitó al fotógrafo formar parte del proyecto a través de sus imágenes.
Escaleras que vuelven sobre sí como una caracola, techos vidriados con columnas, cúpulas, frentes regulares de edificios (desde la Galería Güemes hasta la facultad de Medicina o el consejo deliberante) harto conocidos y visitados por los transeúntes porteños, aquí se muestran enigmáticos, y amorosamente solemnes. Son los protagonistas silenciosos de las fotos de Larrea. Contra esas imágenes danzaron los bailarines contemporáneos en los teatros franceses, la música de bandoneones del autor de Balada para un loco y Adiós Nonino.
Junto a las fotografías que formaron parte de la puesta, ahora en la muestra del San Martín también se incluye parte de la serie República de Waires, que Larrea realizó tras su regreso al país después pasar un tiempo afuera, y que presentó en 2016. Imágenes nocturnas de una ciudad más expresionista que gótica, pero sobre todo moderna, a las que su autor llama sugestivamente Waires en alusión a Weimar, la pequeña república fundada en Alemania en 1918, tras la caída del imperio. Sede de la escuela de Bauhaus, Weimar fue un semillero indiscutido para las vanguardias artísticas, y un hermoso ensueño revolucionario que acabó en pesadilla tras el ascenso de Hitler como canciller en 1933.
En sus paseos por la ciudad, Larrea convoca el esperanzado espíritu de Weimar, como el duende de Ferrer evocaba en la ópera a María. Y lo descubre, un poco agazapado, en sus vistas porteñas (nítidas, cuidadosamente encuadradas y con un contraste de blancos y negros que casi no admite medios tonos). Sus imágenes de la plaza Congreso, de la fachada en eterna refacción de la confitería El Molino, del exquisito y legendario Edelweiss, son el producto de una mirada sensible a la arquitectura, y a sus rincones olvidados. Esos rincones tan caros a los duendes, y a las pequeñas gotas de música y poesía que a veces nos salpican por las calles de Buenos Aires. Y que de tanto en tanto también salen a girar por los teatros del mundo.
María de Waires se puede visitar de martes a domingos, entre las 15 y las 21 en el Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551 con entrada gratis.
Por JULIA VILLARO
Publicado el 23/06/2019 en Clarín